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La humillación de Putin

La humillación de Putin

 

El 24 de junio se desmoronó la pretensión última de Vladímir Putin de ser, como él imagina, uno de los gobernantes históricos de su país. Una banda de mercenarios armados barrió el país casi sin oposición, recorrió unos 750 kilómetros en un día, se apoderó de dos grandes ciudades, se acercó a 200 kilómetros de Moscú y luego se retiró indemne.

Hace tiempo que Putin fracasó como reformador, y en la actualidad reina sobre un estado de corrupción y un estancamiento económico cada vez mayores; ha sido incapaz de convertir a Rusia en algo más que un proveedor de hidrocarburos justo cuando está concluyendo la época del petróleo y el gas. Su fracaso como gran jefe militar es cada vez más evidente, 16 meses después del inicio de una invasión de Ucrania que esperaba concluir en cuestión de días, pero que se ha convertido en un atolladero. Ahora, además, ha demostrado que ni siquiera puede cumplir con la primera y mayor responsabilidad de un máximo dirigente: garantizar la seguridad del Estado.

Tanto si la caída de Putin se produce pronto, como si ocurre dentro de unos meses o unos años, ya se ha revelado como un personaje torpe. No es un zar, sólo el cabecilla en una tierra de hampones convertida en pura fachada, que es en lo que ha reducido a la Madre Rusia. Y no sólo eso, sino que, en un mundo donde el poder lo es todo, ahora parece un matón debilitado.

Asimismo, el motín de Wagner resume la podredumbre del Estado creado por Putin. En medio de una disputa con sus rivales en el ejército regular, Putin decretó que Wagner pasara a estar bajo el control directo del Ministerio de Defensa. Esa subordinación amenazaba con destruir la base de poder de Prigozhin, que se amotinó entre virulentas protestas contra la guerra mal planteada de Putin, la incompetencia del ejército ruso y las pérdidas que sufría su milicia en Ucrania. Pese a toda la brutalidad de Prigozhin, se trató de una verdad que atravesó la hueca propaganda del Kremlin.

De modo aun más sorprendente, Prigozhin ha presentado a Putin como alguien fuera de la realidad. El motín parece haber pillado al Kremlin por sorpresa, de tan corroídos que están los organismos de inteligencia bajo la presidencia de un antiguo espía. En la mañana del 24 de junio, un conmocionado Putin tildó a su criatura de traidor y prometió que sería castigado. Sin embargo, horas más tarde, aceptó que Prigozhin se marchara impunemente a Bielorrusia y que se llevara consigo a las tropas de Wagner.

Putin ha creado un gobierno unipersonal, pero no parece que haya sido capaz de imponer lealtad. Aunque el apoyo a Prigozhin no fue masivo, tampoco lo fue el apoyo a Putin, ni en las calles ni entre las élites políticas y militares. Durante 24 horas frenéticas, Rusia permaneció en silencio y paralizada, a la espera de ver de qué dirección soplaba el viento.

Los optimistas interpretarán la debilidad de Putin como una prueba de que su mandato está condenado al fracaso. Ojalá fuera así. La realidad es que los déspotas, incluso los débiles, pueden sobrevivir mucho tiempo si no existe una alternativa evidente y si siguen teniendo muchas armas a su disposición y la crueldad para utilizarlas. Basta mirar a Alexandr Lukashenko en la vecina Bielorrusia o a Bashar al Ásad en Siria.

Sin embargo, hay dos factores adicionales que juegan en contra de Putin. El primero es la propia guerra. La contraofensiva ucraniana sigue haciendo progresos. Aunque avanza con más lentitud de lo esperado, está reduciendo las ganancias territoriales conseguidas por Rusia desde febrero de 2022 y, en algunos lugares, incluso recupera terreno arrebatado en la primera incursión rusa, en 2014.

La teoría de la victoria de Putin es que Rusia puede esperar más que Occidente. Si Ucrania no consigue consolidar los avances que necesita (y la clave es interrumpir el puente terrestre que une Rusia con Crimea), el apoyo occidental podría empezar a resquebrajarse. Ahora bien, la teoría de Putin parece cada vez menos verosímil. Sí, es cierto que Rusia ha conseguido dañar a Ucrania; pero, lejos de ser conquistado, el país se ha forjado como nación y está en camino de convertirse en miembro de la Unión Europea y quizás también de la OTAN. Y lejos también de la visión de Putin de un desorden occidental, la OTAN se ha ampliado y ahora incluye a Finlandia y, dentro de pronto, incluirá a Suecia; además, el gasto europeo en defensa ha aumentado y también se ha eliminado la dependencia de la energía rusa.

En cambio, es poco lo que la pérdida de más de 100.000 rusos, entre muertos y heridos, permite presentar como éxito, ni siquiera a los mejores propagandistas del Kremlin. El relato es, más bien, la necesidad de nuevos sacrificios. Cada mala noticia que le llega a Rusia desde el frente añade presión sobre Putin. Por eso es tan importante la contraofensiva y por eso son tan bienvenidas las pruebas de una división entre las filas rusas.

El segundo problema de Putin es la economía. El año pasado resistió bastante bien gracias a los precios del petróleo y el gas, que se dispararon a medida que se enquistaba la guerra. Los envíos de petróleo han continuado, y el Estado sigue disponiendo de mucho dinero en efectivo. El crecimiento ha disminuido, pero no parece probable, al menos este año, que vaya a estallar una crisis económica a gran escala.

No obstante, Putin no dispone de recursos para una nueva gran ofensiva. Los ingresos de Rusia por el gas se han desplomado (después de todo, ha cortado el suministro a su mejor cliente), y también ha bajado el precio mundial del petróleo. Cada vez es mayor la diferencia entre el gasto público (incluidos los enormes costes de la guerra) y los ingresos, lo que obliga a Rusia a recurrir a su fondo de riqueza soberana. El rublo ha perdido casi el 40% de su valor en el último año. China ha comprado petróleo ruso con descuento, pero no ha suministrado por ahora grandes cantidades de armas.

Putin parece empeñado en restablecer su autoridad mediante purgas y una represión salvaje. Sin embargo, tarde o temprano, perderá la capacidad de sortear los problemas. El mundo tiene que estar preparado para ese momento. Entre los múltiples desenlaces posibles, sería aterrador el colapso del orden en un país con más de 4.000 cabezas nucleares. Ahora bien, lo que sí ha demostrado Putin es que un gobierno corrupto y unipersonal no es una forma de dirigir una superpotencia. Para Rusia, el camino de vuelta al orden y la cordura será peligroso; pero, mientras Putin luzca la corona y sus soldados sueñen con un dominio imperial sobre Ucrania, ese viaje ni siquiera podrá comenzar.

Fuente: The Economist

    Sonny
    La peor forma de injusticia es la justicia simulada.

    Comentarios

      • Compincha2

        Sobre lo que puede pasar en Rusia con Putin, me ha gustado mucho este artículo. Nadie sabe que puede pasar, pero dar a Putin por muerto es falso. Es cierto que putin ya no es tan útil a la plutocracia rusa, pero de ahí a darlo por muerto, hay un trecho. Todos le tienen miedo.

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