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Félix Rodríguez de la Fuente

En España, el nombre de Félix evoca inevitablemente a una persona sin necesidad de citar sus apellidos: en los 14 años que duró su carrera como documentalista de naturaleza, Félix Rodríguez de la Fuente (14 de marzo de 1928 – 14 de marzo de 1980) se convirtió en un personaje imprescindible para el nacimiento de una conciencia medioambiental que trascendió fronteras. A la altura del británico David Attenborough o el francés Jacques Cousteau, tan profunda fue su huella que desde su muerte prematura en accidente de avioneta nadie ha podido igualar la grandeza de su figura carismática, pionera en un modo de entender la relación de los humanos con su planeta que hoy designamos con una palabra: sostenibilidad.

El Félix público, el personaje que llegó a convertirse en celebridad e ídolo para millones de niños, comenzó a surgir en 1964, cuando su triunfo en una competición de cetrería lo llevó como invitado a un programa de Televisión Española (TVE). Entró en el estudio con un halcón sobre el guante de su puño. Se cuenta que los espectadores quedaron tan fascinados por su magnetismo y su talento divulgativo que la cadena recibió un aluvión de cartas pidiendo su regreso, y al poco se incorporó como colaborador en el programa Fin de semana.

De la Medicina a la Naturaleza

Pero antes del nacimiento de la estrella, Félix ya era un profesional consolidado a partir de una afición al margen de su ocupación original. Nacido como hijo de notario en un pueblo de la Castilla rural de los años 20 (Poza de la Sal, Burgos), la naturaleza que le rodeaba lo cautivó desde pequeño, pero debía seguir los cauces marcados por la familia tradicional: se licenció en Medicina y se especializó en Odontología, profesión que dejó poco después de morir su padre para abrazar su vocación por la naturaleza; sobre todo la cetrería, una práctica abandonada en España que él había recuperado a partir de fuentes medievales.

En 1961 fundó un centro de cetrería y fue llamado como asesor para la superproducción de Anthony Mann El Cid, rodada en España con Charlton Heston y Sophia Loren. Poco después publicaba sus primeros libros y presentaba sus estudios sobre el halcón peregrino en España, lo que le llevó a ganarse un prestigio entre la comunidad ornitológica europea. El gobierno franquista le encargó capturar dos halcones para el rey Saúd de Arabia Saudí, quien a cambio le financió la producción de su primer documental, Señores del espacio (1966).

A partir de entonces proliferaron sus colaboraciones en radio y prensa, sus colecciones en forma de cuadernos de campo y enciclopedias traducidas a 14 idiomas, y sobre todo la carrera televisiva que le llevó a la fama: series como Fauna o Planeta Azul, pero muy especialmente los 124 episodios de El hombre y la Tierra (1973-80), divididos en tres bloques, serie ibérica, sudamericana y norteamericana. No había textos escritos ni escaletas; todos sus monólogos y narraciones eran improvisados, surgidos directamente de su impecable oratoria. Los programas de Félix se han emitido en más de 40 países, con 800 millones de espectadores.

Más allá de la televisión

Pero no fue solo una celebridad de la televisión. Fuera de los focos dejó una inmensa labor medioambiental: cofundador de la Sociedad Española de Ornitología, fundador y vicepresidente de la rama española del World Wildlife Fund (WWF), impulsor de las primeras leyes españolas de protección de la naturaleza y de conservación de especies amenazadas como las rapaces, el lobo o el lince ibérico. En una época en que el desarrollo atropellaba la naturaleza sin miramientos, su oposición a un plan de urbanización de las marismas de Doñana fue un apoyo clave a la iniciativa liderada por el biólogo José Antonio Valverde para que este precioso humedal adquiriera el estatus que hoy lo protege. Félix criticaba la “civilización de la basura” cuando nadie había tomado conciencia de este problema. Y dejó tras de sí toda una generación de jóvenes colaboradores que después han sido a su vez figuras de la ecología en España, como Miguel Delibes de Castro, Javier Castroviejo, Joaquín Araújo y otros.

En 1980 se hallaba en Alaska rodando una carrera de trineos tirados por perros para El hombre y la Tierra. El 14 de marzo, el día de su 52º cumpleaños, subió a una avioneta junto con los colaboradores Teodoro Roa y Alberto Mariano Huéscar, y con el piloto Warren Dobson a los mandos. Se cuenta que antes de embarcar dijo: “Qué lugar tan hermoso para morir”. Poco después la avioneta se estrellaba, matando a todos sus ocupantes.

La figura de Félix no ha estado exenta de críticas como el uso en sus documentales de trucos de escenografía y animales troquelados, acostumbrados a convivir con los humanos; esta era una práctica habitual en la época. Tampoco han faltado las especulaciones sobre su muerte. Pero si bien no hay figura brillante sin claroscuros, sus luces eclipsan cualquier sombra.

Según su hija Odile, la menor de las tres que tuvo con su esposa y colaboradora Marcelle Parmentier, y principal continuadora de su labor, Félix hoy se llevaría las manos a la cabeza ante la gravedad del cambio climático y la escasez de divulgación. Uno de sus biógrafos, Benigno Varillas, apuntaba que la ambición de Félix era recuperar la relación armoniosa con su entorno que tenían los humanos del Paleolítico, un consumo sostenible de los recursos en comunión con la naturaleza.

Fuente: OpenMind

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